Desde el inicio de la humanidad, y más aún, desde que pudimos llevar registro del paso del tiempo y las estaciones, las personas han esperado siempre el final del invierno y el comienzo de un nuevo ciclo de vida. Es más, algunas personas aseguran que los días soleados inyectan alegría a su vida. Quizás porque muchas enzimas y hormonas son sensibles a la luz del Sol. Igualmente, diferentes funciones fisiológicas como la fertilidad y la producción de la vitamina D están relacionadas con la cantidad de luz solar que recibimos.
Pero más allá de las apreciaciones subjetivas que surgen al comienzo de esta época del año, el motivo de la celebración es que tiene lugar el Equinoccio de Primavera en el Hemisferio Norte, un acontecimiento astronómico que protagonizan la Tierra y el Sol: el momento en que el día y la noche tienen la misma duración.
Desde épocas pasadas, los curiosos solían mirar el cielo con atención. Se percataron de que el Sol sale siempre por el Oriente y día con día se mueve en el horizonte.
El registro de esos movimientos –que son una ilusión pues en realidad quien cambia de posición es la Tierra- fue una práctica importante para los antiguos y lo es hasta nuestros días, pues permite identificar ciertos fenómenos astronómicos como los equinoccios.
La palabra equinoccio significa “igual- noche”, lo que hace referencia al instante en que la Tierra alrededor del Sol intercepta el Ecuador del cielo. Al alcanzar ese punto en el espacio, el día y la noche tienen la misma duración (12 horas) en todo el planeta, a excepción de las regiones polares.
De acuerdo con el Instituto Nacional de Astrofísica, Óptica y Electrónica (INAOE), el equinoccio de primavera ocurrirá el 20 de marzo a las 9:33 horas, tiempo de la Ciudad de México y Puebla.
La creencia popular manifiesta que ese equilibrio entre las horas de iluminación solar y de oscuridad puede ser un momento ideal para que el ser humano ponga en equilibrio sus pasiones y debilidades, y de esta forma logre fortalecer su mente y cuerpo.
Visitas a zonas arqueológicas
En México, las zonas prehispánicas se han convertido en los escenarios ideales para darle ese nuevo matiz a la existencia. Lo curioso es que los partidarios de dicha práctica generalmente la llevan a cabo durante el equinoccio de primavera y raras veces lo hacen en el momento del equinoccio de otoño. Desde el punto de vista astronómico, ambos tienen la misma importancia.
La importancia del equinoccio para las culturas prehispánicas es evidente en la construcción de estructuras orientadas a ese momento astronómico. Un caso representativo, aunque no el único, es el Castillo de Chichén Itzá, edificado por los antiguos mayas de tal manera que los visitantes pueden ser testigos de un espectáculo de luz y sombra.
Con la llegada del atardecer, el Astro Rey proyecta su sombra y forma en el barandal de una de las escalinatas del castillo, una serie de rombos que simulan el cuerpo de una serpiente cuya cabeza hecha de piedra se encuentra al pie de la escalinata.